Civilizados hasta la muerte – Christopher Ryan

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Civilizados hasta la muerte: El precio del progreso.

El progreso, la ilusión básica de nuestra época, se agota. En general, los niños ya no esperan que sus vidas sean mejores que las de sus padres. Los escenarios distópicos están cada vez más presentes en la conciencia pública a medida que las piscifactorías colapsan, los niveles de CO2 aumentan y nubes de vapor radiactivo surgen de las plantas nucleares “a prueba de fallos”. A pesar de las maravillas tecnológicas de nuestra época, o quizá debido a ellas, vivimos días oscuros.

Producimos más alimentos que nunca, pero el hambre y la desnutrición siguen presentes en la mayor parte del mundo. Las tasas de depresión clínica y suicidio continúan su ascenso sombrío en el mundo desarrollado. Un tercio de los niños estadounidenses son obesos o tienen un grave sobrepeso, y la tasa de aumento de la depresión entre los niños es superior al veinte por ciento. Con la fe en el futuro fundiéndose como un glaciar sobrecalentado, incluso cuando la satisfacción con el presente se evapora, es hora de una reevaluación sobria del pasado, de aportar una mirada multidisciplinaria y científicamente informada de los efectos de esta fatídica divergencia.

En Civilizados hasta la muerte, Ryan afirma que deberíamos empezar a mirar hacia atrás para encontrar el camino hacia un futuro mejor.

Conocer la propia especie

Llamadme desagradecido. Tengo empastes de plata en los dientes, cerveza artesanal en el frigorífico y todo un mundo de música en el bolsillo. Conduzco un coche japonés con control de velocidad, dirección asistida y airbags a punto para amortiguarme en un abrazo explosivo en caso de que me quedara dormido. Llevo gafas alemanas que se oscurecen con la luz del sol de California y escribo estas palabras en un ordenador que es más fino y ligero que el libro en el que se publicarán.

Disfruto de la compañía de amigos que habría perdido de no haber sido por una intervención quirúrgica de urgencia, y durante los últimos diecisiete años de su vida la sangre de mi padre fue procesada por el hígado de un hombre llamado Chuck Zoerner, fallecido en 2002. Me sobran los motivos para apreciar las numerosas maravillas de la civilización.

Y sin embargo.

Cuando el escritor inglés G. K. Chesterton visitó por primera vez Estados Unidos, una noche sus anfitriones lo llevaron a conocer Times Square. Chesterton contempló el lugar en silencio durante un rato. La situación era cada vez más incómoda, hasta que finalmente alguien le preguntó su opinión, a lo que Chesterton repuso: «Estaba pensando en lo hermoso que sería si no pudiera leer».

Como Chesterton, nosotros también podemos leer las señales, y no son buenas. Los anuncios machacones y parpadeantes pierden constantemente su poder de distraernos de lo que muchos ya saben y la mayoría sospecha: estamos llegando al final del camino. La fe en el progreso —la promesa y la premisa de la civilización— se derrite como un glaciar.


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