El vicario de Wakefield – Oliver Goldsmith

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«Un vicario protestante tal vez sea el tema más bello al que pueda estar dedicado un idilio moderno. Como Melquisedec, es sacerdote y rey en uno. El vicario suele estar vinculado al estado de mayor inocencia que pueda imaginarse sobre la tierra —el del labrador— al compartir con él una misma ocupación y el mismo tipo de relaciones familiares. Es padre, señor de la casa y hombre del campo, por lo que es un miembro de pleno derecho de la comunidad. Es sobre esta base pura, bella y terrenal donde reside su profesión más elevada. A él se le ha confiado guiar a los hombres a través de la vida, procurarles una educación espiritual, bendecirlos, instruirlos y darles fuerzas en las principales etapas de su existencia, así como consolarlos y, si no basta con su consuelo para el momento presente, despertar nuevamente en ellos y asegurarles la esperanza en un futuro más feliz. Imaginen a un hombre así, dotado de una humanidad grande y pura y lo bastante fuerte para no desviarse de ella en ninguna circunstancia, con lo que ya sólo por esto se eleva por encima de una masa de la que no cabe esperar pureza y convicción. Concedámosle los conocimientos necesarios para ejercer su función, así como una actividad alegre y constante, incluso apasionada en la medida en que en ningún momento desaprovecha una oportunidad para hacer el bien, y tendremos bien equipado a nuestro personaje. Pero al mismo tiempo añadámosle una limitación necesaria: no sólo la de aferrarse por todos los medios a un círculo reducido, sino la de querer pasarse acaso a otro aún menor. Otorguémosle benevolencia, espíritu de conciliación, firmeza y todas las restantes cualidades que pudieran brotar de un carácter decidido y, por encima de todo esto, una alegre indulgencia y una tolerancia sonriente con los defectos propios y ajenos: así tendremos bastante lograda la imagen de nuestro buen Wakefield». Goethe, Poesía y verdad.


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