Experimentar a Dios – Leonardo Boff

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Mi tesis de base es esta: En el principio estaba el Misterio. El Misterio era Dios. Dios era el Misterio. Dios es Misterio para nosotros y para Sí mismo.

Es Misterio para nosotros en la medida en que nunca acabamos de aprehenderlo ni por la razón ni por la inteligencia. Cada encuentro deja una ausencia que lleva a otro encuentro. Cada conocimiento abre otra ventana a un nuevo conocimiento. El Misterio de Dios no es el límite del conocimiento sino lo ilimitado del conocimiento. Es el amor que no conoce reposo. El Misterio no cabe en ningún esquema ni es aprisionado en ninguna doctrina. Está siempre por conocer.

El Misterio es una Presencia ausente. Y también una Ausencia presente. Se manifiesta en nuestra absoluta insatisfacción que incansablemente y en vano busca satisfacción. En este transitar entre Presencia y Ausencia se realiza el ser humano, trágico y feliz, entero pero inacabado.

Dios es misterio en sí mismo y para sí mismo. Dios es misterio en sí mismo porque su naturaleza es Misterio. Por eso, Dios en cuanto Misterio se autoconoce y, sin embargo, su autoconocimiento nunca termina. Se revela a sí mismo y se retrae sobre sí mismo. El conocimiento de su naturaleza de Misterio es cada vez entero y pleno y, al mismo tiempo, abierto siempre a una nueva plenitud, permaneciendo siempre Misterio, eterno e infinito para Dios mismo. Si no fuese así no sería lo que es: Misterio. Por lo tanto, es un absoluto Dinamismo sin límites.

Dios es Misterio para sí mismo, es decir, por más que Él se autoconozca nunca agota su autoconocimiento. Está abierto a un futuro que es realmente futuro. Por lo tanto, a algo que todavía no se ha dado, pero que puede darse como nuevo para sí mismo. Con la encarnación Dios empezó a ser aquello que antes no era. Por lo tanto, en Dios hay un devenir, un hacerse.

Pero el Misterio, por un dinamismo intrínseco, se revela y se auto comunica permanentemente. Sale de sí y conoce y ama lo nuevo que se manifiesta de él. Lo que va a revelarse no es reproducción de lo mismo, sino siempre distinto y nuevo, también para Él. A diferencia del enigma, que una vez conocido desaparece, el Misterio cuanto más conocido más aparece como desconocido, es decir, como Misterio que invita a más conocimiento y a mayor amor.

Decir Dios-Misterio es expresar un dinamismo sin residuo, una vida sin entropía, una irrupción sin pérdida, un devenir sin interrupción, un eterno venir a ser siendo siempre, y una belleza siempre nueva y diferente que jamás se marchita. Misterio es Misterio, ahora y siempre, desde toda la eternidad y por toda la eternidad.

Delante del Misterio se ahogan las palabras, desfallecen las imágenes y mueren las referencias. Lo que nos cabe es el silencio, la reverencia, la adoración y la contemplación. Estas son las actitudes adecuadas al Misterio.

Asumiendo tal comprensión se derriban todos los muros. Ya no habrá Atrio de los Gentiles y tampoco existirá más templo porque Dios no tiene religión. Él es simplemente el Misterio que liga y religa todo, cada persona y el universo entero. El Misterio nos penetra y estamos sumergidos en Él.


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