Las ganas – Santiago Lorenzo

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Benito vive desganado, aunque se muere de ganas: anda destrozado porque lleva tres años sin sexo. Por eso colecciona llaveros, sufre lo indecible cuando ve a una mujer bonita en el metro y bebe demasiado chinchón. Solo se lo ha contado a su hermana, aunque todo el mundo, también en el trabajo, nota su abstinencia y su angustia.

Benito es químico y emprendedor (es decir: empresario pobre). Ha inventado una sustancia milagrosa que regenera la madera, pero lleva meses esperando el cierre del acuerdo con la compañía de Bristol que podría comercializarla.

Su problema íntimo y su incógnita laboral solo podrían tener una salida: María, una chica que trabaja en una tesis sobre la madera policromada. Benito no se atreve a quedar con ella, pero se echa colonia para mandarle correos electrónicos y guarda una carpeta de «No enviados» donde le escribe cosas como: «Te quiero porque quiero parecerme a ti». Le da miedo decírselo, pero le sobran ganas de hacerlo.

Santiago Lorenzo, inventor de lenguaje y de mundos, el nieto más legítimo de Rafael Azcona y el sobrino del Eduardo Mendoza más hilarante, ofrece su novela más tierna, que se suma a otros afinados retratos de la precariedad tragicómica como «Los millones» y «Los huerfanitos». Las ganas sacia las ídem de sus ya numerosos lectores, lo consagra como un autor clave de la narrativa española y lo consolida como el máximo exponente de la risa melancólica.

Sobre el Autor:

Se llama Santiago Lorenzo. Los astros se alinearon para que naciera un buen día de 1964 en Portugalete, Vizcaya. Primero miró, luego observó, después filmó y ahora escribe. En todas esas etapas vivió y en ninguna hizo lo que hacen los actores: actuar.

Denle una goma de borrar Milan y unas tijeras y les creará un mundo. Aunque hace tiempo que con un teclado hace lo mismo y mejor. Este artista pretecnológico de pulsaciones lentas (quizá por su corazón grande), que vive a caballo (o a autobús de varios caballos) entre Madrid y un taller que ha elegido en una aldea de Segovia, estudió imagen y guión en la Universidad Complutense y dirección escénica en la RESAD.

Siempre tuvo claro que ante problemas reales, solo sirven las soluciones imaginarias, así que en 1992 creó la productora El Lápiz de la Factoría, con la que dirigió cortometrajes como el aplaudido Manualidades. Porque además de eso, al artista artesano Lorenzo siempre le gustó construir maquetas imposibles trabajadas con las manos: una cómoda con cajones que se abren por los dos lados, puertas por donde solo podría pasar el Hombre más Delgado del Mundo, y teatritos donde los Madelman son los protagonistas.

Si no gozara del don de la escritura, podría haberse empleado en cualquier oficio antiguo: sereno, porque tranquilo lo es un rato, o jefe de estación ferroviaria, porque los trenes portátiles le gustan más que a un hombre alegre una pandereta. En 1995 produjo Caracol, col, col, que ganó el Goya como Mejor Corto de Animación.

Cuatro años después se empeñó en estrenar Mamá es boba, la historia palentina de un niño algo alelado, pero a la vez muy lúcido, acosado en el colegio y con unos padres que, a su pesar, le provocan una vergüenza tremenda.


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