Morir por otro – Lou Carrigan

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El espía americano estaba esperando en su apartamento berlinés cuando se produjo la llamada telefónica.

—Ése tiene que ser él —murmuró.

Se puso en pie y se acercó al teléfono, observado por los dos hombres que le acompañaban en la espera. Uno de ellos debía tener aproximadamente su edad, es decir, algo más de treinta años. El otro, cercano a los sesenta, tenía en su rostro seco y curtido esa expresión que reveía ya un desengaño poco menos que total acerca de todo.

Y fue este hombre quien dijo:

—Si pide dinero dile que de acuerdo, Aldo.

Éste asintió, y descolgó el auricular.


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