Muerte de una pelirroja – Keith Luger

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Solté una risita. Pero no tenía ningún motivo para reír. El caballo «Sugar» ni tan siquiera se había colocado en la tercera de Jamaica: Lo decía aquel diario que tenía sobre la mesa. Me acababa de dejar en la ruina. Bien; tendría que darle las gracias a alguien.

Alcancé el auricular y marqué un número.

Cuando descolgaron a la otra parte oí un gran ruido, voces, entrechocar de bolas.

—Oye, Bill —dije—: ¿está por ahí Max? Le llama Danny Merrill.

—Va en seguida.


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