Rosas negras para morir – Curtis Garland

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Contempló el teléfono.

Dudó. No sabía si descolgarlo y llamar. O dejarlo como estaba, no acercarse a él, no marcar ningún número, no hablar con nadie.

Se pasó una mano por el rostro. La retiró mojada. Su piel estaba húmeda de sudor. Especialmente en la frente, surcada de arrugas profundas. Notaba frías gotas deslizándose hasta sus cejas.

Sin embargo, no hacía calor. Por el contrario, la noche era desapacible y brumosa. Había llovido con cierta intensidad por la tarde y, de ser cierto lo que dijera el meteorólogo en la televisión, volvería a llover fuertemente durante la madrugada.


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