Un buen detective no se casa jamás – Marta Sanz

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Un buen detective no se casa jamás.

Zarco, aquel detective tan poco convencional de Black, black, black, cuarentón y gay, exmarido de Paula y luego novio de Olmo —tan joven, tan seductor, y ahora tan infiel— se va de viaje. Para olvidar y para que le olviden. También para huir de la compasión irónica de su exmujer. Se refugiará en el riurau que la riquísima familia de Marina Frankel, una antigua amiga, tiene en las afueras de una ciudad de la costa mediterránea.

Marina pertenece a una estirpe de gemelas monocigóticas: Amparo y Janni, la primera generación; Marina y su hermana Ilse; las hijas de Ilse. Abandonadas por Janni cuando eran niñas, Marina e Ilse han sido criadas por la tremenda Amparo, única heredera del viejo Orts, que con su vitalidad y su rústico talento para los negocios ha multiplicado la fortuna familiar. Ya mayor, Amparo se casa con Marcos Cambra, un bello podólogo que se parece a Delon, y vive en el riurau rodeado de mujeres que representan las dos caras de una extraña moneda familiar: una casi fea, la otra bellísima. El camaleónico poder de la hermanas rodea de misterio a esta familia de espesa femineidad y enigmas múltiples. Zarco, inesperado detective nunca escueto en palabras, los irá desvelando uno a uno, aunque de repente note, en su interior más recóndito, que también él necesita que alguien lo encuentre…

Perdices

Paula me parodia al fondo de la oreja: «Dostoievski, Nabokov, Lascano Tegui, Mary Cholmondeley, la institutriz sin nombre de James, Severine y el conejo blanco —da la hora—, los prerrafaelistas, Huysmans y Mirbeau, Mrs. Danvers que era Judith Anderson, Goliarda Sapienza, la madre de Ripley, el doctor Sheppard, el martillo azul, Théophile Gautier, la muerta enamorada, el avatar…». El ovillo de la prodigiosa memoria paulina deja de desenvolverse de golpe. Paula me abuchea: «¡Guárdalos a todos en la caja del muñeco! ¡Muévete! ¡Muévete! Tienes que hacer algo». Después noto cómo su voz se apaga. Las parodias de Pauli me recuerdan que en esta tierra de cuento de hadas, de luz y de alegría, todas las historias han de acabar con un banquete y una mascletá. La pólvora estalla y solo podemos protegernos los oídos con las manos. Por fin, miro alrededor y me asaltan dos ideas absurdas: una, el estrecho de los Dardanelos separa el Egeo del mar de Mármara; dos, el panteón de hombres ilustres es una nave procedente del espacio. Agazapados en tumbas, seres de otros mundos invaden la Tierra. Pronto despertarán.


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