Secuestro sensacional – George H. White

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Sobre la punta de tierra que avanzaba hacia el mar, la penitenciaria levantaba sus sólidas edificaciones de piedra y su recinto amurallado, al que daban acceso dos macizas torres almenadas.

Aquí todo era paz y silencio.

La gran campana de San Quintín acababa de llamar a los reclusos al comedor. El último «ferry» de la tarde cruzaba las tranquilas aguas de la bahía de San Francisco. La marea estaba alta y las gaviotas planeaban graciosamente, dejándose en ocasiones mecer sobre las pequeñas ondas que iban a lamer la pista de hormigón que rodeaba a la mayor penitenciaría del mundo.

El cielo era de un azul profundo con grandes cúmulos de nubes opalinas. Al fondo se divisaban las pardas colinas del condado de San Marín.


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